lunes, 27 de febrero de 2017

No sos vos, sos yo

¿Qué responderías si te dijera que sos un egocéntric@? ¿Estarías de acuerdo? ¿No? Sin embargo te voy a contar que sí lo sos, igual que yo, al menos en desde cierta perspectiva. Tal vez no seas consciente de ese pequeño yo que grita por salir, y lo hace de las maneras más increíbles. Sucede que, irónicamente, no somos conscientes de nuestro subconsciente y es por eso que esta parte oculta de nuestro ser se las ingenia muy bien para darse a conocer. Tan bien que muchas veces lo pasamos por alto y perdemos una oportunidad para conocernos un poco más.

Jacques Lacan fue un famoso psicoanalista francés del siglo XX que condujo algunos experimentos para aprender cómo el ser humano comienza a identificarse como individuo. En uno de ellos, colocó a bebés frente a un espejo para estudiar su reacción y luego repitió lo mismo con otros animales. Resulta ser que únicamente el ser humano, junto a otras pocas especies particularmente desarrolladas ,logran reconocer su propio reflejo.Esto se debe al grado de desarrollo que al que han llegado áreas del cerebro vinculadas a la percepción. Lacan observó que mientras que la mayoría de los animales perdieron rápidamente su interés en el espejo, los bebés lo observaban con alegría. Él explica que un bebé, en un principio, solamente experimenta partes de su ser (las manos, los pies, la panza) pero al reconocerse en un espejo, se ve por primera vez como un ser completo, al que no le falta nada. Sin embargo, a medida que la persona sigue su desarrollo, comienza a darse cuenta que a esa imagen que nos devuelve el espejo le falta algo ¿Qué hay más allá del cuerpo físico? Por dentro somos una entidad compleja, llena de deseos, ambiciones e ideas, pero el espejo nos devuelve una imagen unidimensional, nos muestra nuestra cáscara.  Imaginemos por un momento a un coleccionista cuya colección se encuentra incompleta ¡Qué satisfacción siente cuando logra su objetivo! Es por el mismo motivo que cada uno de nosotros sigue buscando esa parte que el espejo no muestra.

El lenguaje está compuesto por una serie de estructuras que sirven para comunicar pensamientos e ideas. Para ello cuenta con una serie de reglas. El subconsciente trabaja de la misma manera: es una serie de estructuras con reglas propias ¿Cómo lo sabemos? Un claro ejemplo lo tenemos con Michael Stevens, un famoso youtuber que en uno de sus videos se conecta a una máquina capaz de leer su mente. Estando frente a dos botones, la máquina era capaz de determinar cuándo va  presionar uno de ellos antes que él fuera consciente de su decisión de presionar alguno de ellos. Esto sucede porque el proceso de decisión no comienza cuando nosotros creemos que lo hace. Es precedido por procesos subconscientes de los cuales no nos enteramos.


¿Por qué les cuento esto? Para que podamos entender que el subconsciente tiene más poder del que creemos (Además de dejarnos con la pregunta sobre si nosotros tomamos nuestras decisiones conscientemente, o sí el inconsciente decide por nosotros sin que nos demos cuenta).

En nuestro deseo inconsciente de tener la colección completa de nosotros mismos, ese complejo sistema que trabaja en el segundo plano de nuestro cerebro nos sigue tirando pistas sobre cómo es ese verdadero yo interior ¿Cómo? Lacan nos dice que para el subconsciente el Otro no existe, y que las relaciones interpersonales son en realidad relaciones con uno mismo. El otro se convierte en mi propio espejo. Los Otros son proyecciones de nosotros mismos.



¿Qué sucede cuando nos relacionamos con alguien cuyas características personales nos agradan? En realidad estamos viendo en ella características de nuestra propia personalidad que valoramos. Por el contrario: ¿qué pasa cuando encontramos a alguien que no nos cae bien? Lo mismo: estamos viendo en esa persona reflejos de nuestra propia personalidad que no nos gustan, pero que proyectamos en el otro.

Por eso, después de todas estas explicaciones llegamos a la propuesta que quería hacerles en un principio: Cuando nos crucemos con alguien que nos desagrada, paremos a pensar si nosotros también somos culpables de aquello que le atribuimos.


domingo, 12 de febrero de 2017

Martín, el introvertido

Para el post del día de hoy decidí sucumbir a la necesidad que a veces tenemos de hablar de nosotros mismos y compartir con el mundo algo de mi vida (Mentira, solamente me falto inspiración para escribir sobre algún otro tema). Y no es cualquier cosa lo que quiero contarles, es algo que di por sentado casi toda mi vida, pero que hace poco descubrí que no era así. Siempre fui una persona muy callada, del tipo que prefiere sentarse a observar callado lo que pasa a su alrededor en lugar de hacer lo que la gran mayoría de la gente consideraría digno de una persona activa. Por este motivo, desde chico me dijeron que era tímido e introvertido, y desde ese momento, esas dos palabras iban adheridas a mi nombre, como si fuesen una parte intrínseca de mi ser. Porque era tímido era introvertido. Porque era introvertido era tímido.

Desde el secundario empecé a notar que era algo distinto al resto de mis compañeros. Me llevaba muy bien en grupos chicos, pero cuando por algún motivo en grupos grandes de gente, tenía una tendencia a quedarme más callado, prefiriendo mirar lo que pasaba y escuchar lo que se decía. A los chicos les encantaba salir juntos, mientras yo prefería volver a mi casa y estar con mis cosas. La salida a los boliches… ¡Por Dios! ¡Las odié desde el principio! Al poco rato de entrar empezaba a mirar el reloj para ver cuánto faltaba para poder salir ¡Una tortura! Pero igual lo iba porque eso es lo que hacen los chicos de 16-17 años ¿No?

Ya en la universidad, profesores y ayudantes me decían que iba a forjar amistades que durarían toda la vida. Que aprovechara y me relacionara con la mayor cantidad de futuros profesionales que pudiera, con los que seguramente iba a seguir teniendo trato a lo largo de mi carrera. Sin embargo, a poco de haberme recibido puedo decir me sobran dedos de una mano para contar a quienes conocí en la facultad y aún hoy mantengo contacto. Pareciera que yo era el típico tímido al que le cuesta relacionarse con otros, pero nada más lejos de la realidad.

¿Cómo puedo ser tímido y sociable cuando me lo propongo? Esta era una pregunta que me venía planteando desde hace un tiempo, pero logré darle una respuesta cuando comencé a hacer teatro. La respuesta era sencilla: No soy tímido.

La timidez surge a partir de una inseguridad personal a la hora de relacionarse con los demás. Esto hace que se sientan incómodos y expuestos, con miedo a que los demás los juzguen. El introvertido no habla simplemente o porque no desea hacerlo o porque no tiene nada de valor para decir en el momento. Muchos tímidos son introvertidos, pero no todos los introvertidos son tímidos. La gente tiende a tildarnos de tímidos porque durante las fiestas tendemos a separarnos regularmente para estar un rato solos, o porque preferimos quedarnos en un lugar tranquilo (¿Casa?) en vez de salir con otros.

Para ponernos un poco más científicos: el cerebro de los introvertidos es más sensible a la dopamina. Es por eso que en grandes eventos tendemos a ser sobreestimulados, algo que nos agota, por lo que necesitamos pasar cierto tiempo solos, sin nadie alrededor, para recargar energía. Por otro lado, tendemos a encontrar placer en actividades que algunos pueden considerar aburridas, como leer un libro, o salir a pasear solos o con un grupo selecto de personas. No es que la gente no nos gusta. La preferimos tener en menor cantidad y tiempo.


Es por eso que hoy le digo al mundo: ¡No soy tímido! ¡Soy introvertido! Y a toda honra. Introvertidos del mundo: ¡Únanse! Pero por separado, porque no me gustan los grupos grandes de gente.

domingo, 5 de febrero de 2017

Los extranjeros tienen la culpa

Ahora que el mundo está prestando atención a todo el revuelo que Trump está causando en los Estados Unidos, el debate sobre la inmigración volvió a estar en las primeras planas de nuestro querido país. Mientras los debates sobre esta temática van tomando lugar en nuestras mesas, así también lo hace la violencia. La culpa, obviamente, es del extranjero.

El extranjero es aquél que nació fuera de este país, que vivió una vida de la cuál no sabemos nada, pero que viene a la Argentina con un propósito maligno: robar. O al menos eso es lo que algunos de nuestros compatriotas piensan. Según un informe de La Nación publicado en noviembre de 2016, sólo el 6% de la población carcelaria proviene de otros países. Un reporte de Infobae de enero de 2017 habla de un 21%, por lo que tomando el peor de los escenarios, estamos hablando de 2 condenados extranjeros por cada 8 condenados argentinos. Terrible, ¿no?

Ellos se van de sus países porque no consiguen trabajo y vienen acá porque reciben todo: un trabajo, educación y sanidad gratuita. Después de todo, ¿quién se va de su país sólo para buscar una mejores condiciones de vida? (ajam, ajam, 2001, ajam).

El inmigrante extranjero es el culpable de todo porque, sin querer, pone en evidencia nuestra ignorancia. La ignorancia es el fuego con el que se cocina la el odio y la xenofobia. Y esto es algo preocupante. Preocupante porque criticamos a un tipo que está a 10.000 KM de nuestra casa, por querer construir una muralla, pero no decimos nada sobre las murallas que construimos en nuestras mentes a diario.

Es verdad: la Argentina necesita reforzar sus controles fronterizos. Pero la culpa no la tiene aquél que sale de su país en busca de una vida mejor (¿Qué otro motivo podría tener una persona bienintencionada?). Es responsabilidad del Estado. Necesitamos una política firme y coherente, que bloquee el paso a quienes ya estén siendo buscados por la justicia, pero que se lo ceda a quién simplemente busca una vida mejor.

Es imposible no tener prejuicios. Nuestro cerebro hacer generalizaciones para simplificar sus procesos y entender más fácilmente el mundo que nos rodea. Lo que sí podemos hacer es tomar consciencia de los que nosotros tenemos, e intentar que nos afecten lo menos posible.

Compatriotas, yo les pregunto: ¿Qué es la Argentina? Este país fue poblado y levantado por inmigrantes (La aniquilación de los pueblos nativos es un tema que no quiero tocar ahora). Abracemos esta oportunidad, aprendamos a convivir con quienes son de otro lado y respetemos la dignidad de todos.

Agradezco a quienes se hayan tomado el tiempo de leer hasta acá. Hubiera querido escribir un par de cosas más, pero no quiero que el post termine siendo demasiado largo. Si quieren leer un poco más, acá comparto algunas de mis fuentes:

- Las cárceles argentinas, en números - La Nación

- Los números de los delitos cometidos por extranjeros en la Argentina - Infobae