domingo, 12 de febrero de 2017

Martín, el introvertido

Para el post del día de hoy decidí sucumbir a la necesidad que a veces tenemos de hablar de nosotros mismos y compartir con el mundo algo de mi vida (Mentira, solamente me falto inspiración para escribir sobre algún otro tema). Y no es cualquier cosa lo que quiero contarles, es algo que di por sentado casi toda mi vida, pero que hace poco descubrí que no era así. Siempre fui una persona muy callada, del tipo que prefiere sentarse a observar callado lo que pasa a su alrededor en lugar de hacer lo que la gran mayoría de la gente consideraría digno de una persona activa. Por este motivo, desde chico me dijeron que era tímido e introvertido, y desde ese momento, esas dos palabras iban adheridas a mi nombre, como si fuesen una parte intrínseca de mi ser. Porque era tímido era introvertido. Porque era introvertido era tímido.

Desde el secundario empecé a notar que era algo distinto al resto de mis compañeros. Me llevaba muy bien en grupos chicos, pero cuando por algún motivo en grupos grandes de gente, tenía una tendencia a quedarme más callado, prefiriendo mirar lo que pasaba y escuchar lo que se decía. A los chicos les encantaba salir juntos, mientras yo prefería volver a mi casa y estar con mis cosas. La salida a los boliches… ¡Por Dios! ¡Las odié desde el principio! Al poco rato de entrar empezaba a mirar el reloj para ver cuánto faltaba para poder salir ¡Una tortura! Pero igual lo iba porque eso es lo que hacen los chicos de 16-17 años ¿No?

Ya en la universidad, profesores y ayudantes me decían que iba a forjar amistades que durarían toda la vida. Que aprovechara y me relacionara con la mayor cantidad de futuros profesionales que pudiera, con los que seguramente iba a seguir teniendo trato a lo largo de mi carrera. Sin embargo, a poco de haberme recibido puedo decir me sobran dedos de una mano para contar a quienes conocí en la facultad y aún hoy mantengo contacto. Pareciera que yo era el típico tímido al que le cuesta relacionarse con otros, pero nada más lejos de la realidad.

¿Cómo puedo ser tímido y sociable cuando me lo propongo? Esta era una pregunta que me venía planteando desde hace un tiempo, pero logré darle una respuesta cuando comencé a hacer teatro. La respuesta era sencilla: No soy tímido.

La timidez surge a partir de una inseguridad personal a la hora de relacionarse con los demás. Esto hace que se sientan incómodos y expuestos, con miedo a que los demás los juzguen. El introvertido no habla simplemente o porque no desea hacerlo o porque no tiene nada de valor para decir en el momento. Muchos tímidos son introvertidos, pero no todos los introvertidos son tímidos. La gente tiende a tildarnos de tímidos porque durante las fiestas tendemos a separarnos regularmente para estar un rato solos, o porque preferimos quedarnos en un lugar tranquilo (¿Casa?) en vez de salir con otros.

Para ponernos un poco más científicos: el cerebro de los introvertidos es más sensible a la dopamina. Es por eso que en grandes eventos tendemos a ser sobreestimulados, algo que nos agota, por lo que necesitamos pasar cierto tiempo solos, sin nadie alrededor, para recargar energía. Por otro lado, tendemos a encontrar placer en actividades que algunos pueden considerar aburridas, como leer un libro, o salir a pasear solos o con un grupo selecto de personas. No es que la gente no nos gusta. La preferimos tener en menor cantidad y tiempo.


Es por eso que hoy le digo al mundo: ¡No soy tímido! ¡Soy introvertido! Y a toda honra. Introvertidos del mundo: ¡Únanse! Pero por separado, porque no me gustan los grupos grandes de gente.

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